miércoles, septiembre 21, 2005

Deseo

La deseé como nunca he deseado nada en esta vida.

Recuerdo -o quiero recordar- cómo, al entrar en clase con los demás niños, forzaba la situación para situarme en un mesa detrás de ella. La maniobra intentaba ser casual, pero nunca lo conseguía. Es gracioso la manera en la cual intentamos engañar a los demás para descubrir que nunca engañamos a nadie... salvo a nosotros mismos, eso sí, con enorme éxito.

Las clases de Historia y de Matemáticas se deslizaban por mi juvenil alma sin peso alguno. Yo la contemplaba y la amaba en silencio. Salomé se acariciaba el pelo, hablaba con sus amigas -¿tal vez de mí?- y se reía, se reía continuamente. Algunas veces me miraba de reojo y se reía más; era entonces cuando creía enloquecer. Sabía que no era digno de ella. Lo sabía.

Mis amigo... ¿eran tales? Mierda, ya no lo sé. Mis amigos... tal vez Bert y otro, un recuerdo sin rostro, me intentaban animar. Se lo había contado todo, mis sentimientos, mi congoja, con la esperanza de que comprendieran. Mas no lo hicieron: no comprendían nada. Sus imberbes mentes respondían obviedades, sin adentrarse en el sentimiento, el sentimiento más profundo que, lo reconozco, no les supe transmitir con palabras... porque es imposible.

Tenía 14 años, estaba enamorado y nadie me comprendía. Dejé de molestarme en explicar, sobre todo a mis padres, sobre todo al mundo... Ya que, ¿quién importaba salvo ella?